Si puede oler la "muerte", es posible que tenga un mayor riesgo de depresión.

El olor de la muerte (1895), Edvard Munch

Si puedes oler

En 1857, el poeta Charles Baudelaire escribió lo siguiente, en un momento en que los científicos no sabían realmente qué era el olor a muerte:

Y el cielo estaba mirando ese magnífico cadáver Florece como una flor. Tan espantoso era el hedor que creías Te desmayarías sobre la hierba. Los moscardones zumbaban alrededor de ese vientre putrefacto, De donde salieron batallones negros De gusanos, que rezumaban como un líquido pesado A lo largo de esos andrajos vivientes.

Un par de décadas después, el médico alemán Ludwig Brieger describió, por primera vez, los principales compuestos químicos responsables de este olor a "carne podrida", una mezcla de putrescina y cadaverina, y desde entonces, los investigadores han estado tratando de establecer cómo los humanos perciben esto. olor aterrador.

Ahora, un estudio publicado en PLOS Biología Computacional, puede tener una respuesta. Los científicos de la Universidad de Kingston no solo han descubierto los detalles bioquímicos del olor, los hallazgos, curiosamente, pueden ayudar a tratar los principales trastornos del estado de ánimo como la depresión.

El olor de la muerte

Se dice que el "olor a muerte" consiste en más de 400 compuestos orgánicos volátiles producidos por bacterias que descomponen los tejidos del cuerpo en gases y sales.

En los últimos años, el olor a muerte se ha convertido en un tema importante de investigación debido a su potencial para ser utilizado como herramienta forense.

Su composición e intensidad exactas podrían ayudar a distinguir los restos humanos de los animales, e incluso ayudar a determinar el momento de la muerte. Dicha información podría usarse al entrenar perros detectores de restos humanos, por ejemplo.

Nuestro sentido del olfato se basa en la detección de moléculas en el aire. Las proteínas que pertenecen a una gran familia, los receptores acoplados a proteínas G (GPCR), lo hacen detectando moléculas fuera de la célula y activando respuestas fisiológicas. Esto incluye no solo el olfato, sino también la visión, el gusto y la regulación del comportamiento y el estado de ánimo.

La interacción que estas proteínas tienen con el mundo exterior las convierte en objetivos importantes para el desarrollo de fármacos; alrededor de un tercio de los medicamentos disponibles en la actualidad se diseñaron para interactuar con ellos. Entre los 800 GPCR humanos, más de 100 están clasificados como "huérfanos", lo que significa que no sabemos qué moléculas son capaces de detectar y cómo interactuarían con ellas. Como consecuencia, su potencial para desarrollar nuevos medicamentos es particularmente difícil de explotar.

La investigación de PLOS estableció que dos de estos huérfanos, los receptores humanos TAAR6 y TAAR8, son capaces de detectar moléculas de putrescina y cadaverina. En particular, utilizando estrategias computacionales que incluyen el modelado de la estructura tridimensional de los receptores, el equipo reveló exactamente cómo estos receptores interactúan con las "sustancias químicas de la muerte".

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Hay muchas aplicaciones directas de este trabajo. Por ejemplo, los científicos podrían diseñar medicamentos para reducir la sensibilidad a esos olores en personas que sufren de una mayor percepción del olfato (hiperosmia) o que trabajan en entornos donde esos compuestos están presentes. También pueden ser útiles para desarrollar una nueva forma de "gas lacrimógeno" para el control de disturbios mediante la creación de compuestos artificiales que activan esos receptores.

Abordar la depresión

A más largo plazo, los hallazgos también podrían ayudarnos a abordar los principales trastornos del estado de ánimo. Varias variaciones específicas en TAAR6 se han asociado previamente con condiciones que afectan a una proporción considerable de la población mundial: depresión, trastornos bipolares y esquizofrénicos. Por ejemplo, se descubrió que una variante afectaba la forma en que las personas responden a los antidepresivos, mientras que otra estaba relacionada con un mayor riesgo de suicidio.

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Por lo tanto, la investigación podría ayudar a desarrollar un nuevo método no invasivo para respaldar el diagnóstico. A los pacientes con trastornos importantes del estado de ánimo se les podría ofrecer una "prueba de olor a muerte", donde una respuesta anormal (experimentarla con más o menos fuerza de lo normal) a esos estímulos de olor podría indicar que portan una de las variantes de TAAR6 que aumenta la susceptibilidad a enfermedades mentales específicas. condiciones.

Una vez diagnosticados, quienes padecen estas afecciones también podrían obtener ayuda específica de nuevos medicamentos, y la variante genética detectada podría dirigirse a aliviar los síntomas del trastorno psiquiátrico. Si bien los investigadores actualmente no conocen los mecanismos bioquímicos exactos por los cuales una variante dada causa una condición de salud mental específica, nuestro estudio es un punto de partida muy útil para descubrir eso, ya que explica el mecanismo bioquímico involucrado en la interacción de TAAR6 con compuestos externos.

Entonces sería fácil estimar cómo la presencia de una determinada variante afectaría esa interacción. Establecer el vínculo con su respuesta fisiológica, ayudándonos a comprender qué compuestos alteran el estado mental, sería más desafiante. Sin embargo, incluso si la ruta detallada entre el fármaco y el resultado final sigue siendo desconocida, simplemente probarlos en animales y ensayos clínicos en humanos a menudo puede ser suficiente para demostrar que funcionan.

La conversaciónEl propio Baudelaire se vio afectado por el trastorno bipolar: el gran poeta atribulado escribió sobre sus pensamientos suicidas e incluso intentó suicidarse cuando su amante y musa, Jeanne Duval, fue rechazada por su familia. ¿Podría el poeta haber imaginado alguna vez que dentro del cadáver podrido que describió tan vívidamente podría haber residido un remedio para su condición mental?

Jean-Christophe Nebel es profesor asociado de reconocimiento de patrones en la Universidad de Kingston. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.

Imagen: Wikimedia Commons